| ALAS Y HOJAS - TAMBIÉN EL HOMBRE   Tan 
roqueros como la propia fortaleza que domina el paisaje son el buitre leonado, 
el alimoche, las águilas real y perdicera, el halcón peregrino, el búho real y 
hasta la cigüeña negra, que prefiere ceder las cúpulas del bosque a buitres negros, 
águilas imperiales, calzadas y culebreras.
  Agazapados e invisibles, 
al amparo del matorral, dormitan ciervos, jabalís, tejones, jinetas, zorros, gatos 
monteses, meloncillos y el amenazado lince, cuyos pasos parecen seguir al lobo 
(extinguido de la zona en la década de los 70) o al oso (que habitara estos y 
otros montes de Extremadura hasta el siglo XVI). Algunas huellas de mamíferos 
pueden delatar su paso junto a charcos y orillas, donde no será difícil deducir 
la presencia de nutrias, turones o ratas de agua junto a las acechantes pisadas 
de garzas y cigüeñas, que arponean a peces y anfibios.   En el 
entorno, en las lomas y llanos adehesados, se dispersan miles de pequeñas aves 
invernantes y nutridos bandos de palomas y grullas, cuya llegada se anuncia con 
alegre trompeteo. En las charcas y embalses, bandadas de azulones, porrones, cercetas, 
cormoranes, somormujos y gaviotas reidoras contribuyen a mantener cálido el paisaje 
de invierno.   Sapos y tritones asoman a las carreteras, buscando 
con riesgo un lugar donde reproducirse.   Tal biodiversidad se 
sustenta en la capacidad de los distintos hábitat y en su vegetación. En las umbrías 
el alcornoque se hace acompañar de rodales de quejigos, densas formaciones de 
madroñeras y lentisquillas, brezo, labiérnago y durillo que, buscando arraigo, 
cubren lentamente las pedreras originadas durante la última glaciación. Encinas 
y acebuches dominan las laderas de solana, junto a jaras, brezos, ahulagas y cornicabras. 
Las raquíticas crestas de las sierras y los cortados de ríos y arroyos mantienen 
enebros, cambroños y arces. Alisos, fresnos y almeces forman galerías en las riberas 
que, con cota superior a la de los embalses, salvaron reductos de sombra. Fruto 
de la investigación, en los últimos años se han descubierto en Monfragüe 5 especies 
de hongos nuevos para la ciencia.
  También el hombre   Desde la Edad del Bronce nos miran ciertas figuras esquemáticas pintadas sobre 
la roca, al abrigo de los elementos. Aquellos primeros pobladores cimentaron la 
presencia del hombre en estos parajes, repletos de caza y frutos. Luego, el estratégico 
paso fue defendido por musulmanes y cristianos, enriscados en el castillo de Monfragüe, 
del que sólo quedan restos de muralla, aljibe y dos torres. Casi adosada a una 
de éstas, la ermita que cobija a la Virgen de Monfragüe, talla bizantina alzada 
aquí desde las puertas de Jerusalén por los caballeros cruzados de la Orden de 
Monte Gaudio.  En más corta y alegre caminata suben para festejarla 
cada lunes de Pascua los vecinos de Torrejón el Rubio, Serradilla y Malpartida 
de Plasencia. Viajes más duros y largos hicieron y hacen los pastores al pie de 
los rebaños por la Cañada Real Trujillana, aprovechando para su descanso célticos 
chozos de piedra y retama y hollando caminos que ya marcaran jinetes romanos. 
El puente que éstos construyeran milenios atrás en Alcántara era el único que 
abría sus ojos a las aguas del Tajo. A pieza de oro por piedra, según Noticias 
de la época, se levantó en 1450 el Puente del Cardenal, junto a la desembocadura 
del Tiétar. Al trasiego de personas y bienes que su paso facilitó, acudieron emboscados 
bandidos que asaltaban y daban muerte al viajero. En el puerto que hoy sostiene 
paupérrimos eucaliptos quedó prendido el nombre de La Serrana. Hubo que asentar 
milicia que combatiera el bandidaje, dando seguridad a la ruta, para lo que Carlos 
III, a finales del siglo XVIII, mandó la fundación de Villarreal de San Carlos. 
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